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La Unidad en la Diversidad: Un Puente Hacia la Tolerancia

Actualizado: 7 may

Resulta fascinante y a la vez desconcertante observar cómo, en ocasiones, las chispas de la hostilidad saltan entre aquellos cuya esencia radica en ser faros de esperanza y ayuda para los necesitados. Sí, estoy hablando de individuos y organizaciones, incluyendo las de índole religiosa, que a veces se enfrascan en un juego de descalificaciones mutuas tan ferviente como una telenovela en su capítulo cumbre.

Celebremos nuestras diferencias, construyamos puentes de entendimiento y recordemos siempre que cada gesto de apertura y cada palabra amable son hilos dorados en el tejido de una sociedad más armónica. (Imagen generada por IA)
Celebremos nuestras diferencias, construyamos puentes de entendimiento y recordemos siempre que cada gesto de apertura y cada palabra amable son hilos dorados en el tejido de una sociedad más armónica. (Imagen generada por IA)

Es un espectáculo que despierta la inquietud. ¿Cómo es posible que aquellos que comparten un propósito tan noble como el servicio al prójimo puedan perderse en un laberinto de disputas? Las razones son tan variadas como los colores en un arcoíris luego de una tormenta de verano: diferencias ideológicas, una competitividad que raya en lo obsesivo o, quizás, una sencilla falta de comprensión que podría resolverse con una buena taza de café y una charla sincera.


La tolerancia y el respeto. (Imagen generada por IA)
La tolerancia y el respeto. (Imagen generada por IA)

En este punto, me gustaría invitarlos a un viaje al pasado, específicamente al Nuevo Testamento. En Marcos 9:38-42, encontramos una perla de sabiduría que bien podría aplicarse a nuestra reflexión. Juan, con esa ansiedad típica del celo exclusivista, informa a Jesús sobre un individuo que, aunque no formaba parte de su círculo íntimo, estaba realizando actos poderosos en su nombre. La respuesta de Jesús es una clase magistral sobre la inclusividad: "No se lo prohíban... porque el que no es contra nosotros, por nosotros es."

 

¡Qué concepto tan revolucionario! La idea de que el bien puede florecer más allá de nuestras fronteras personales o grupales es un llamado a la tolerancia y al reconocimiento de las buenas acciones, sin importar el escudo o la bandera que ondeen quienes las realizan. Es una lástima que a veces el ego y la ignorancia prefieran bailar un tango de discordia en lugar de sumarse a un coro armonioso de colaboración.

 

La tolerancia y el respeto no son solo palabras bonitas para adornar discursos; son los cimientos sobre los cuales podemos construir relaciones positivas y colaborativas entre distintos grupos. La empatía se convierte en el cemento que une estos bloques, permitiéndonos comprender las perspectivas ajenas y actuar con consideración.


Si hacemos el esfuerzo consciente de enfocarnos en lo que nos une -nuestra humanidad compartida y el deseo intrínseco de hacer el bien- podríamos erigir puentes indestructibles. Imaginen un mundo donde cada acto de bondad y comprensión sea un ladrillo más en la construcción de una sociedad más compasiva y unida.

 

Y para aquellos amantes de las citas bíblicas, permítanme añadir otro versículo que viene como anillo al dedo: Hebreos 12:1 nos invita a "despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante". En otras palabras, dejemos atrás las cargas innecesarias y avancemos con determinación hacia nuestros objetivos comunes. Unidos somos más fuertes, más sabios y definitivamente mucho más interesantes.

 

Así que, queridos lectores, les propongo un desafío: la próxima vez que sientan la tentación de criticar o descalificar a alguien porque no comparte su visión exacta del mundo, hagan una pausa. Piensen en la riqueza que reside en la diversidad y en cómo cada uno, desde su trinchera particular, contribuye al bienestar común. Después de todo, ¿no sería aburrido si todos fuéramos clones ideológicos unos de otros?

 

En conclusión, celebremos nuestras diferencias, construyamos puentes de entendimiento y recordemos siempre que cada gesto de apertura y cada palabra amable son hilos dorados en el tejido de una sociedad más armónica. Porque al final del día, todos estamos en la misma barca llamada Tierra, remando (o al menos deberíamos estarlo) hacia el mismo horizonte de paz y solidaridad.



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